4. Dios quiere que las naciones adoren juntas

Dios quiere que las naciones adoren juntas

Apocalipsis 7:9-10 describe una “multitud celestial que nadie podía contar... de toda nación, tribu, pueblo y lengua. Estaban de pie ante el trono y ante el Cordero. Vestían túnicas blancas y sostenían ramas de palma en sus manos. Clamaron a gran voz: “La victoria es de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero”. Ese es el tipo de adoración multicultural que tendrá lugar eternamente en el reino.

En esta escena, nadie en la multitud parece molesto por estar de pie o no arrodillado. Están contentos vistiendo túnicas blancas y sosteniendo sus palmas en alto. Nadie se queja de estar al lado de un coreano, un italiano o un sudafricano. Si los fieles alemanes y mexicanos están más cerca del trono que sus hermanos y hermanas kurdos, nadie se ofende. No sabemos si sus gritos de alabanza son en un solo idioma divino o si se están usando miles de idiomas terrenales a la vez. No importa, es música para los oídos de Jesús, porque refleja los corazones amorosos de su pueblo. El pueblo de Dios está junto con Jesús en el centro.

Este es el tipo de adoración “juntos” que Jesús anhela en la tierra. Él abrió la puerta para que esto sucediera al unir a las naciones en la cruz. Todas las personas somos iguales al pie de la cruz ya que todos somos pecadores. La muerte de Jesús abrió el camino para la relación con Dios y entre nosotros, sin separación. Ahora podemos unirnos y adorar como uno, diversos pero unidos en Jesús.

La iglesia primitiva aprendió a abrazar la visión de Dios de la unidad. En Pentecostés, vieron a Dios cruzar las fronteras culturales cuando hombres “de todas las naciones debajo del cielo”, que vivían en Jerusalén, escucharon la verdad de Dios en sus propios idiomas cuando el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos (Hechos 2:1-6). La iglesia tenía que tomar decisiones prácticas para asegurar que las necesidades de su congregación multicultural fueran satisfechas por igual (Hechos 6:1-7). Más tarde, Dios le confirmó a Pedro que la salvación era para todas las personas, no solo para los judíos (Hechos 10:1-48).

Jesús deseaba que el Templo de Jerusalén fuera “una casa de oración para todas las naciones” (Marcos 11:17). ¿Está dispuesto a hacer de su iglesia un lugar de adoración donde todas las naciones se sientan bienvenidas?

 

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